En la foto (circa 1970), Rodrigo en su pieza de la casa de Hendaya. Sobre su mesa, un frasco de alcohol para diluir las tintas de los plumones 2-S (eran los rotuladores que habìa en el mercado de entonces, producto de la política económica de sustitución de importaciones), con los que ya entonces pintaba sus dibujos.
Pero a principios de los setenta, aparte del hecho de que me casé, el trabajo (Quimantú, donde Rodrigo también colaboró con guiones para historietas), y el trabajo político (Rodrigo andaba con el Grupo Arica, entre otras yerbas, mientras que yo dejaba atrás las yerbas y me sumergía en el maelström revolucionario) ocuparon toda mi vida, y lo vi de tarde en tarde todos esos años, hasta el 78, en que volví de Perú (ya hablaré en su momento de esa ida y vuelta), y nos reencontramos en las yerbas, las vagancias, los libros. Ese primer año (del lado de acá) le escuché cantidad de textos en su departamento de Avenida Grecia, y digo “textos” porque nunca usó la palabra “poema” para referirse a ellos, y los leía con el aire de quien ha hecho una travesura, como quien cuando chico toca el timbre de una casa y sale corriendo. Para mi no era mas que algo así como un anexo a la incesante conversación.
En un libro que fue de Rodrigo, Primeras historias de Joao Guimaraes Rosa, decía que “las personas no mueren, quedan encantadas” y es por eso que cada tanto me vuelvo a encontrar con él, con el amigo que simplemente leía lo recién escrito. Por eso también que me sorprendo cuando sin buscarlo se me aparece como personaje, el poeta de culto, y no ha dejado de hacerlo editorial tras editorial a lo largo de los años, en un prolongado desencuentro en que me iba perdiendo las oportunidades de trabajar el libro de Rodrigo, y que aparentemente todas las editoriales y publicaciones en que trabajaba, querían publicar.
Primera oportunidad perdida
De la primera edición (póstuma, no está de más recordarlo) de su Proyecto de obras completas, que publicaron sus papás Gabriel y Elisa el año 84, me enteré recién cuando me invitaron a la presentación del libro en la Plaza del Mulato, con exposición de dibujos de Rodrigo incluida. El diseño, nada convencional por cierto, lo había realizado el Cacho Gacitúa, y él había estado cerca de Rodrigo en sus últimos años, y a mí ni se me pasó por la cabeza que yo podría haber hecho algo mejor, o tan siquiera participado en la edición. Para entonces yo trabajaba en la Editorial Salesiana diseñando otros libros y textos escolares, y en cuanto trabajo se me presentara como freelancer. No tenía tiempo.
Segunda oportunidad perdida
Ya hablé antes de mi colaboración con la revista La Castaña, que dirigía Jorge Montealegre (Véase La Castaña ilegal). Lo que no dije fue que la primera vez que nos reunimos con Jorge para conocernos, me mostró los tres o cuatro números publicados y me sorprendió ver que, justo en el número anterior, aparecían poemas de Rodrigo con ilustraciones de Luis Salinas (hoy Aetós, que dibuja para El Mercurio), otro antiguo compañero de la universidad. Le comenté a Jorge que habíamos sido amigos (con Rodrigo, porque Jorge ya sabía que nos conocíamos con el Lucho Salinas). “Entonces habrías estado dispuesto a romper lanzas por hacer los dibujos para sus poemas”, dijo. Claro que sí, pensé, pero ya había llegado tarde y mi intuición me dijo que, al menos en La Castaña, no volvería a tener oportunidad.
Tercera oportunidad perdida
A mediados de los 80 llegó a Chile la gran oleada de “retornados” del exilio europeo. Entre ellos, Freddy Cansino desde Italia con su proyecto editorial Documentas. El año 85 Gonzalo Fuentes, adlater de Freddy me invitó a participar y alcancé a diseñar el logotipo (sé que está en algún lugar de mis archivos, pero no a mano, ahora que lo necesito), y la pauta de los primeros títulos que publicaron, con algunas portadas incluidas. Por diversas razones, que no tenían nada que ver con mi trabajo de diseñador, no llegué a completar mas de un año en Documentas. Recuerdo sí, que Freddy me comentó alguna vez que tenía intenciones de incluir algo de Rodrigo en su catálogo, pero a fin de cuentas, no pasó de ser un proyecto que no se concretó. Y Documentas no sobrevivió muchos años más. Sic Transit Gloria Mundi.
Cuarta oportunidad perdida
A fines de los ochenta se abrió una serie de proyectos editoriales, que no habían tenido espacio para desarrollarse a plenitud dentro de los vigilados marcos de la dictadura (otros se cerraron, como Documentas, pero esa es otra historia). Entre las editoriales que salieron de su hibernación estuvo el Fondo de Cultura Económica. Julio Sau fue el encargado de activar el proyecto y, entre otras publicaciones, había creado su versión chilena de la colección mexicana Tierra Firme, dedicada a la poesía chilena contemporánea. Trabajé con Julio y Patricia Villanueva, que se encargaba de la revisión editorial de los textos, desde los inicios, asesorándolo en el diseño de las colecciones, las portadas y las pautas tipográficas de cada libro. A la fecha, mediados los 90, Rodrigo ya era leyenda y, una vez publicadas las antologías de los consagrados (Rojas, Teillier, Lihn, Hahn, Millán, et alt.), Julio Sau encargó a Eduardo Llanos que trabajara en una versión actualizada (corregida y aumentada, como se dice en nomenclatura editorial) de la obra poética de Rodrigo Lira. En eso estábamos cuando hubo crisis económica en Japón que repercutió fuerte en México con el llamado “tequilazo”. La Teoría del Caos en acción, con su aleteo de mariposas que producen huracanes en las antípodas. Uno de los efectos colaterales fue que, desde México, se recortó el presupuesto del Fondo, acá en Chile; Llanos no alcanzó a presentar su trabajo, y... no llegó a publicarse.
Quinta oportunidad perdida
Con Editorial Sudamericana trabajé en sus inicios, cuando Arturo Infante la instaló en Chile. Después de una interrupción de algunos años en la relación de trabajo, ésta se reanudó cuando Sudamericana se embarcó en un ambicioso programa de ediciones en la segunda mitad de los 90, en pleno fin de siglo. Parte de esa expansión incluyó a Germán Marín como director de la Colección Transversal, y cada título fue diseñado en su portada y diagramado en sus páginas bajo la atenta (con demasiada atención, en muchos casos) mirada supervisora de Germán. Ese trabajo tan estrecho me permitía estar al tanto de muchos proyectos editoriales que estaban aún en carpeta. Y la antología de Rodrigo era uno de esos proyectos. En esta ocasión era Roberto Merino, muy cercano a Rodrigo en sus tiempos, el encargado del proyecto quien ya tenía entregado su trabajo a Germán Marín, tal cual la primera edición, sin cambios. Fue entonces cuando intervino la mismísima Conspiración Universal bajo la forma llamada Globalización. Un conglomerado mundial de empresas de telecomunicaciones (libros, diarios, revistas, radio, música, cine y televisión) el Grupo Bertelsmann, que controlaba la editorial Random House, representada en Chile por Grijalbo-Mondadori (cito de memoria, pero el mapa es mas o menos ese), compró la Editorial Sudamericana. En lo que se refiere al tema aquí desarrollado, el resultado es el mismo de los casos anteriores: la antología de Rodrigo Lira quedó, en principio postergada, para después salir definitivamente de la carpeta de proyectos de la recién estrenada en Chile, Random House-Mondadori. Otro de los efectos colaterales de este episodio fue que yo también salí de las carpetas de la susodicha editorial.
Sexta, sin oportunidad
Finalmente el año 2004, el Proyecto de obras completas fue publicado por Universitaria, editorial con la que alguna vez había trabajado veinte años atrás (justo en la época de la primera edición), pero con la que ya no tenía contacto entonces.
¿Fin del cuento?
A algunos les pasa que el curriculum y la biografía corren juntos, se entrecruzan, el trabajo pasa a ser parte de la vida de uno, y es como para sentirse privilegiado si es así. Bueno, siempre debería ser así, pero está eso que mostró Marx en sus Manuscritos Económico Filosóficos de 1844 (leído en un ejemplar de los famosos Breviarios del Fondo de Cultura Económica, y que me lo prestó ¿quien? pues... ¡Rodrigo!), que se llama “trabajo enajenado” que es lo que le pasa a la mayoría. Y uno ya no está, a estas alturas del partido, como para dárselas de “excepción histórica”. Por eso es que aquí no tengo ninguna portada que mostrar.
[Este artículo forma parte de una serie titulada “Conspiraciones editoriales contra Patricio Andrade”.]
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