En una situación normal todas las decisiones relativas al formato, diseño tipográfico de las páginas, portada y tapas, se toman entre diseñador y editor, abriendo paso a la intervención del autor solo en circunstancias especiales. Una buena práctica en el proceso editorial, es reconocerle al autor todos lo privilegios que tiene sobre su obra, su texto, y con toda la diplomacia del caso, conservarlo alejado de todo lo relativo a la producción del libro. Es casi un axioma que, cuantas más personas participan en una decisión, mas son las ocasiones de malentendidos y distorsiones dramáticas.
En esta ocasión el drama era electoral. El año 2005 correspondían elecciones presidenciales y Arturo Infante estaba listo para cubrir todas las posibilidades tanto de las primarias, publicando un libro sobre Soledad Alvear y otro sobre Michelle Bachelet, como de las presidenciales mismas, con un libro sobre Joaquín Lavín. Eso no significaba que en la edición de los libros fuera a participar todo Chile, pero implicó algún grado de intervención de los comandos electorales (está claro que solo en el caso de Alvear y Bachelet, porque el libro sobre Lavín, obviamente era contra él, y no cabía esperar colaboración).

En el caso del libro sobre Michelle Bachelet, se repitió la experiencia anterior de las inútiles búsquedas fotográficas (está demás decir que tuve que volver a revisar un par de discos, por si acaso), se recurrió, ahora definitivamente, a una foto de Miguel Sayago tomada para la ocasión. Una vez resueltos el color y ubicación de títulos y autoras, tomó su tiempo la ubicación del logotipo de Catalonia (Arturo insiste siempre en que vaya al pié y centrado en todas las portadas, sea cual sea el resto del diseño), y una medalla que Michelle llevaba al cuello desapareció en alguna versión intermedia para finalmente volver a aparecer.


La serie de maquetas que se muestran atestiguan el trabajo de afinación en cuanto a encuadre de la foto, el color de los títulos (el personal femenino del equipo de trabajo insistió en el color verde, que aparentemente estaba de moda ese año), y ya hablé del logotipo y la medallita de Michelle.
La portada de Joaquín Lavín fue mas azarosa. La primera idea consistía en no mostrar ningún retrato del personaje, con una portada solamente tipográfica. Su rostro era conocidísimo y tenía muchos más años de exposición pública que Alvear o Bachelet. Tampoco se quería que se asociara a los otros dos títulos, como si formaran una serie o colección. El subtítulo Sonriendo por la vida, lo diría todo.

Después de las primeras maquetas se pensó en colocar unos recortes de prensa asociados gráficamente al título. Finalmente se decidió colocar una serie de fotos pequeñas en que resaltara la famosa sonrisa de Lavín. Como no teníamos acceso al comando de campaña, esta vez no hubo ningún disco con fotos y hubo que recurrir a internet, donde nunca falta material, pero las fotos no eran de gran calidad, de modo que se intervinieron (recurso que también sirve para no preocuparse de los copyright), recortando y filtrando en estilo pop-art, tipo Warhol.

Naturalidad y encanto en las portadas de Alvear y Bachelet. Recortes y distorsión de color en Lavín. ¿Magia de la imagen? Probablemente todos habíamos leído el clásico de Frazer, La rama dorada, en que se sistematizan las operaciones básicas de la magia por semejanza o similaridad, donde “lo semejante produce lo semejante”. Brujería se llama también, pero dejo en claro que en ningún momento se planificó una estrategia de este tipo, que yo sepa.
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