jueves, 19 de junio de 2008

Persecución editorial de Rodrigo Lira

Vecinos de calle desde fines de los cincuenta, compañeros de colegio, y el descubrimiento de que uno no está en el mejor de los mundos posibles. Asombro y rabia ante el pseudo-bienestar y la bobalicona felicidad consiguiente. No colors anymore I want them to turn black, le escuchábamos cantar Mick Jagger. Música, libros y películas, y la frase de ¿Paul Celan? que servía de epígrafe al librito rojo con las citas de Mayo del 68: “Yo he tenido veinte años y no permitiré a nadie decir que es la edad mejor de la vida.” [Citado de memoria. El ejemplar era, por supuesto, de Rodrigo. N. del A.]

En la foto (circa 1970), Rodrigo en su pieza de la casa de Hendaya. Sobre su mesa, un frasco de alcohol para diluir las tintas de los plumones 2-S (eran los rotuladores que habìa en el mercado de entonces, producto de la política económica de sustitución de importaciones), con los que ya entonces pintaba sus dibujos.

Pero a principios de los setenta, aparte del hecho de que me casé, el trabajo (Quimantú, donde Rodrigo también colaboró con guiones para historietas), y el trabajo político (Rodrigo andaba con el Grupo Arica, entre otras yerbas, mientras que yo dejaba atrás las yerbas y me sumergía en el maelström revolucionario) ocuparon toda mi vida, y lo vi de tarde en tarde todos esos años, hasta el 78, en que volví de Perú (ya hablaré en su momento de esa ida y vuelta), y nos reencontramos en las yerbas, las vagancias, los libros. Ese primer año (del lado de acá) le escuché cantidad de textos en su departamento de Avenida Grecia, y digo “textos” porque nunca usó la palabra “poema” para referirse a ellos, y los leía con el aire de quien ha hecho una travesura, como quien cuando chico toca el timbre de una casa y sale corriendo. Para mi no era mas que algo así como un anexo a la incesante conversación.

En un libro que fue de Rodrigo, Primeras historias de Joao Guimaraes Rosa, decía que “las personas no mueren, quedan encantadas” y es por eso que cada tanto me vuelvo a encontrar con él, con el amigo que simplemente leía lo recién escrito. Por eso también que me sorprendo cuando sin buscarlo se me aparece como personaje, el poeta de culto, y no ha dejado de hacerlo editorial tras editorial a lo largo de los años, en un prolongado desencuentro en que me iba perdiendo las oportunidades de trabajar el libro de Rodrigo, y que aparentemente todas las editoriales y publicaciones en que trabajaba, querían publicar.

Primera oportunidad perdida
De la primera edición (póstuma, no está de más recordarlo) de su Proyecto de obras completas, que publicaron sus papás Gabriel y Elisa el año 84, me enteré recién cuando me invitaron a la presentación del libro en la Plaza del Mulato, con exposición de dibujos de Rodrigo incluida. El diseño, nada convencional por cierto, lo había realizado el Cacho Gacitúa, y él había estado cerca de Rodrigo en sus últimos años, y a mí ni se me pasó por la cabeza que yo podría haber hecho algo mejor, o tan siquiera participado en la edición. Para entonces yo trabajaba en la Editorial Salesiana diseñando otros libros y textos escolares, y en cuanto trabajo se me presentara como freelancer. No tenía tiempo.

Segunda oportunidad perdida
Ya hablé antes de mi colaboración con la revista La Castaña, que dirigía Jorge Montealegre (Véase La Castaña ilegal). Lo que no dije fue que la primera vez que nos reunimos con Jorge para conocernos, me mostró los tres o cuatro números publicados y me sorprendió ver que, justo en el número anterior, aparecían poemas de Rodrigo con ilustraciones de Luis Salinas (hoy Aetós, que dibuja para El Mercurio), otro antiguo compañero de la universidad. Le comenté a Jorge que habíamos sido amigos (con Rodrigo, porque Jorge ya sabía que nos conocíamos con el Lucho Salinas). “Entonces habrías estado dispuesto a romper lanzas por hacer los dibujos para sus poemas”, dijo. Claro que sí, pensé, pero ya había llegado tarde y mi intuición me dijo que, al menos en La Castaña, no volvería a tener oportunidad.

Tercera oportunidad perdida
A mediados de los 80 llegó a Chile la gran oleada de “retornados” del exilio europeo. Entre ellos, Freddy Cansino desde Italia con su proyecto editorial Documentas. El año 85 Gonzalo Fuentes, adlater de Freddy me invitó a participar y alcancé a diseñar el logotipo (sé que está en algún lugar de mis archivos, pero no a mano, ahora que lo necesito), y la pauta de los primeros títulos que publicaron, con algunas portadas incluidas. Por diversas razones, que no tenían nada que ver con mi trabajo de diseñador, no llegué a completar mas de un año en Documentas. Recuerdo sí, que Freddy me comentó alguna vez que tenía intenciones de incluir algo de Rodrigo en su catálogo, pero a fin de cuentas, no pasó de ser un proyecto que no se concretó. Y Documentas no sobrevivió muchos años más. Sic Transit Gloria Mundi.

Cuarta oportunidad perdida
A fines de los ochenta se abrió una serie de proyectos editoriales, que no habían tenido espacio para desarrollarse a plenitud dentro de los vigilados marcos de la dictadura (otros se cerraron, como Documentas, pero esa es otra historia). Entre las editoriales que salieron de su hibernación estuvo el Fondo de Cultura Económica. Julio Sau fue el encargado de activar el proyecto y, entre otras publicaciones, había creado su versión chilena de la colección mexicana Tierra Firme, dedicada a la poesía chilena contemporánea. Trabajé con Julio y Patricia Villanueva, que se encargaba de la revisión editorial de los textos, desde los inicios, asesorándolo en el diseño de las colecciones, las portadas y las pautas tipográficas de cada libro. A la fecha, mediados los 90, Rodrigo ya era leyenda y, una vez publicadas las antologías de los consagrados (Rojas, Teillier, Lihn, Hahn, Millán, et alt.), Julio Sau encargó a Eduardo Llanos que trabajara en una versión actualizada (corregida y aumentada, como se dice en nomenclatura editorial) de la obra poética de Rodrigo Lira. En eso estábamos cuando hubo crisis económica en Japón que repercutió fuerte en México con el llamado “tequilazo”. La Teoría del Caos en acción, con su aleteo de mariposas que producen huracanes en las antípodas. Uno de los efectos colaterales fue que, desde México, se recortó el presupuesto del Fondo, acá en Chile; Llanos no alcanzó a presentar su trabajo, y... no llegó a publicarse.

Quinta oportunidad perdida
Con Editorial Sudamericana trabajé en sus inicios, cuando Arturo Infante la instaló en Chile. Después de una interrupción de algunos años en la relación de trabajo, ésta se reanudó cuando Sudamericana se embarcó en un ambicioso programa de ediciones en la segunda mitad de los 90, en pleno fin de siglo. Parte de esa expansión incluyó a Germán Marín como director de la Colección Transversal, y cada título fue diseñado en su portada y diagramado en sus páginas bajo la atenta (con demasiada atención, en muchos casos) mirada supervisora de Germán. Ese trabajo tan estrecho me permitía estar al tanto de muchos proyectos editoriales que estaban aún en carpeta. Y la antología de Rodrigo era uno de esos proyectos. En esta ocasión era Roberto Merino, muy cercano a Rodrigo en sus tiempos, el encargado del proyecto quien ya tenía entregado su trabajo a Germán Marín, tal cual la primera edición, sin cambios. Fue entonces cuando intervino la mismísima Conspiración Universal bajo la forma llamada Globalización. Un conglomerado mundial de empresas de telecomunicaciones (libros, diarios, revistas, radio, música, cine y televisión) el Grupo Bertelsmann, que controlaba la editorial Random House, representada en Chile por Grijalbo-Mondadori (cito de memoria, pero el mapa es mas o menos ese), compró la Editorial Sudamericana. En lo que se refiere al tema aquí desarrollado, el resultado es el mismo de los casos anteriores: la antología de Rodrigo Lira quedó, en principio postergada, para después salir definitivamente de la carpeta de proyectos de la recién estrenada en Chile, Random House-Mondadori. Otro de los efectos colaterales de este episodio fue que yo también salí de las carpetas de la susodicha editorial.

Sexta, sin oportunidad
Finalmente el año 2004, el Proyecto de obras completas fue publicado por Universitaria, editorial con la que alguna vez había trabajado veinte años atrás (justo en la época de la primera edición), pero con la que ya no tenía contacto entonces.

¿Fin del cuento?
A algunos les pasa que el curriculum y la biografía corren juntos, se entrecruzan, el trabajo pasa a ser parte de la vida de uno, y es como para sentirse privilegiado si es así. Bueno, siempre debería ser así, pero está eso que mostró Marx en sus Manuscritos Económico Filosóficos de 1844 (leído en un ejemplar de los famosos Breviarios del Fondo de Cultura Económica, y que me lo prestó ¿quien? pues... ¡Rodrigo!), que se llama “trabajo enajenado” que es lo que le pasa a la mayoría. Y uno ya no está, a estas alturas del partido, como para dárselas de “excepción histórica”. Por eso es que aquí no tengo ninguna portada que mostrar.

[Este artículo forma parte de una serie titulada “Conspiraciones editoriales contra Patricio Andrade”.]

sábado, 14 de junio de 2008

Los miedos de Pía Barros

El año 1985 el miedo andaba por las calles y como era cosa de todos los días nos habíamos acostumbrado y no se lo decíamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Pía lo dijo. De eso era su libro Miedos transitorios.
En esos años yo estaba colaborando (Hernán Negro Venegas mediante, nuevamente) con dibujos para las publicaciones de Ediciones Ergo Sum, y a cambio Pía nos organizó un taller literario para todos los gráficos, y en una de esas me pasó su texto para que le hiciera la portada. Yo disponía de tiempo porque, trabajando en la Editorial Salesiana, no aceptaban pagarme un sueldo digno, pero al menos había negociado trabajar solo media jornada.
Este fue uno de los casos en que me leí todo el libro antes de ser publicado, y no recuerdo ninguna conversación muy específica sobre como sería la portada. El subtítulo De a uno, de a dos, de a todos, era la clave, y allí están (todos) en la portada.
Tomé dos de los personajes del cuadro Desayuno sobre la hierba de Manet, y los puse puertas adentro, que era donde la represión y el toque de queda había confinado a la vida cotidiana. La ambigüedad erótica de la escena se explicita al colocarlos en una cama. Al dibujar exageré las arrugas del pantalón del personaje masculino porque hacía poco había leído Las puertas de la percepción de Aldous Huxley, donde describe su experiencia de fascinación al contemplar como se arrugaba su pantalón cuando experimentaba con drogas.
Puertas afuera, un amortajado. La política de detener y desaparecer había sido reemplazada por asesinatos selectivos. 1985 fue el año de los hermanos Vergara, y del asesinato de Parada, Guerrero y Nattino. El entrelazado de cuerdas también se lo debo a Huxley.


Ciento veintidós años antes, en un París revolucionario, se gestaban vanguardias en la política y en el arte. “En 1863, el jurado se muestra tan severo (3000 obras rechazadas de las 5000 propuestas por los pintores) que Napoleón III [Vèase El 18 de Brumario de Luis Bonaparte del recordado K. Marx, dode ironiza muy a su manera sobre N-III, diciendo que los personajes, cuando aparecen dos veces en la historia, lo hacen la primera vez como tragedia, y la segunda vez como comedia. N. Del A.] autoriza la celebración de un ‘Salón de los Rechazados’ en un lugar del Palacio de la Industria distinto del ocupado por el Salón oficial. Le déjeuner sur l’herbe (Desayuno sobre la hierba o El almuerzo campestre), presentado por Manet, provocará un estruendoso escándalo en el Salón de los Rechazados.” (Los pintores, el Salón, la crítica, 1848-1870, Ficha de visita al Musée d’Orsay, Service culturel, París, 1993).


Lea el siguiente episodio titulado “Los miedos de Pato Andrade en el taller de la Pía”. Proximamente en este blog. ¿Donde, si nó?

miércoles, 11 de junio de 2008

Variaciones electorales para portadas de libros: Caso Catalonia (Dos)

El hipócrita lector que piense que el diseño de la portada de un libro consiste tan solo en colocar un título sobre una figura está muy equivocado. En el artículo anterior comentaba el caso de la portada de Gabriela Mistral, donde las versiones se multiplicaron para terminar en una solución diferente a todas las anteriores.

En una situación normal todas las decisiones relativas al formato, diseño tipográfico de las páginas, portada y tapas, se toman entre diseñador y editor, abriendo paso a la intervención del autor solo en circunstancias especiales. Una buena práctica en el proceso editorial, es reconocerle al autor todos lo privilegios que tiene sobre su obra, su texto, y con toda la diplomacia del caso, conservarlo alejado de todo lo relativo a la producción del libro. Es casi un axioma que, cuantas más personas participan en una decisión, mas son las ocasiones de malentendidos y distorsiones dramáticas.

En esta ocasión el drama era electoral. El año 2005 correspondían elecciones presidenciales y Arturo Infante estaba listo para cubrir todas las posibilidades tanto de las primarias, publicando un libro sobre Soledad Alvear y otro sobre Michelle Bachelet, como de las presidenciales mismas, con un libro sobre Joaquín Lavín. Eso no significaba que en la edición de los libros fuera a participar todo Chile, pero implicó algún grado de intervención de los comandos electorales (está claro que solo en el caso de Alvear y Bachelet, porque el libro sobre Lavín, obviamente era contra él, y no cabía esperar colaboración).

La portada de Soledad Alvear debería llevar una imagen que contrapesara la solemnidad del subtítulo de “Mujer de Estado” que pudiera despertar reminiscencias tatcherianas. Me entregaron uno o dos discos con unas doscientas fotos que, después de una mañana de contemplar las dos o tres que se salvaban, envié por correo una solemne portada con fondo azul, con Soledad Alvear presidiendo solemnemente algún foro internacional, tipo Naciones Unidas. Llamé a Arturo para decirle que no había caso. Uno sabe cuando muestra algo tan solo por cumplir, o por demostrar que no se va por buen camino. Finalmente, del comando nos enviaron la foto definitiva (creo que es la foto que llegó a usarse en toda la campaña) y que reflejaría una faceta mas íntima, personal y femenina (no hay que olvidar que en las primarias la contraparte de Alvear era otra mujer: Bachelet), restándole carácter político. El color naranja de fondo fue aprobado por unanimidad, precisando hasta el matiz: naranja, zanahoria o zapallo, ya no recuerdo aquel detalle. Estoy de acuerdo en que la nomenclatura de color no fue de lo mas técnica, pero hay que tener en cuenta que un código de pantone no le dice gran cosa a nadie que no sea prensista o diseñador.

En el caso del libro sobre Michelle Bachelet, se repitió la experiencia anterior de las inútiles búsquedas fotográficas (está demás decir que tuve que volver a revisar un par de discos, por si acaso), se recurrió, ahora definitivamente, a una foto de Miguel Sayago tomada para la ocasión. Una vez resueltos el color y ubicación de títulos y autoras, tomó su tiempo la ubicación del logotipo de Catalonia (Arturo insiste siempre en que vaya al pié y centrado en todas las portadas, sea cual sea el resto del diseño), y una medalla que Michelle llevaba al cuello desapareció en alguna versión intermedia para finalmente volver a aparecer.


La serie de maquetas que se muestran atestiguan el trabajo de afinación en cuanto a encuadre de la foto, el color de los títulos (el personal femenino del equipo de trabajo insistió en el color verde, que aparentemente estaba de moda ese año), y ya hablé del logotipo y la medallita de Michelle.

La portada de Joaquín Lavín fue mas azarosa. La primera idea consistía en no mostrar ningún retrato del personaje, con una portada solamente tipográfica. Su rostro era conocidísimo y tenía muchos más años de exposición pública que Alvear o Bachelet. Tampoco se quería que se asociara a los otros dos títulos, como si formaran una serie o colección. El subtítulo Sonriendo por la vida, lo diría todo.


Después de las primeras maquetas se pensó en colocar unos recortes de prensa asociados gráficamente al título. Finalmente se decidió colocar una serie de fotos pequeñas en que resaltara la famosa sonrisa de Lavín. Como no teníamos acceso al comando de campaña, esta vez no hubo ningún disco con fotos y hubo que recurrir a internet, donde nunca falta material, pero las fotos no eran de gran calidad, de modo que se intervinieron (recurso que también sirve para no preocuparse de los copyright), recortando y filtrando en estilo pop-art, tipo Warhol.

Naturalidad y encanto en las portadas de Alvear y Bachelet. Recortes y distorsión de color en Lavín. ¿Magia de la imagen? Probablemente todos habíamos leído el clásico de Frazer, La rama dorada, en que se sistematizan las operaciones básicas de la magia por semejanza o similaridad, donde “lo semejante produce lo semejante”. Brujería se llama también, pero dejo en claro que en ningún momento se planificó una estrategia de este tipo, que yo sepa.

Variaciones autocríticas para portadas de libros: Caso Catalonia (Uno)

Vicente Larrea, en sus clases, no se cansaba de repetirnos que “no hay que quedarse nunca con la primera idea”. Buen consejo para estudiantes, pero no dejo de pensar que algunas de esas primeras ideas se defienden bastante bien. No está de más señalar que la primera versión o maqueta que se presenta al editor, no es “la primera idea”, y que ya es producto de por lo menos algunas horas de darle vuelta a la información que se nos ha entregado, y de una lectura selectiva a los textos del autor. Sin contar el tiempo que toma armar, ajustar, probar y buscar tipografía, color e ilustraciones frente a la pantalla (freehand y photoshop mediante). Y la experiencia de años (décadas) con editores, autores y editoriales, claro.

Gracias al correo electrónico que conserva un registro de todo el proceso de presentación de maquetas (práctica muy recomendable, sobre todo en casos de conflicto entre editoriales e imprentas) es que pude reconstruir la secuencia de trabajo de una buena cantidad de portadas. En su momento hablé con Arturo Infante para preguntarle si no tenía inconveniente de mostrar no solo la portada publicada, lo que es usual en cualquier carpeta, sino todas las versiones anteriores, y no tuvo.

Moneda dura. Gabriela Mistral por ella misma. Catalonia, 2006

La editorial Catalonia la dirige Arturo Infante, que es su fundador, gerente y editor. En inglés existe el término publisher para el empresario, director o gerente de una empresa editora, que publica y distribuye libros o revistas, y editor (pronúnciese in english, please) se reserva para las labores de lectura, revisión y corrección de estilo de un texto, a lo que se ha dado en llamar editing, trabajo que implica un estrecho contacto con el autor. El 2003, año uno de Catalonia, Arturo hacía las dos cosas y otras mas, pero el 2006 ya tenía un equipo funcionando, Jorgelina Martín incluida, que se encargaba del editing y del humor negro.
En Catalonia, además de las portadas, yo revisaba cada texto para armar una maqueta de páginas que resolviera todos los estilos tipográficos (hablo de estilo como menú del programa de maquetación, no como categoría estética), lo que me permitía una buena aproximación al tema del libro para el momento de diseñar la portada. En este libro sobre Gabriela Mistral ya estaba entregada a diagramación una maqueta del texto, y conversadas un par de ideas con Arturo y Jorgelina sobre la portada. El título Moneda dura era una referencia al billete en que aparece la figura de Gabriela, y el libro se componía de una serie fragmentos de textos de Gabriela en los que hablaba de sí misma.
La “primera idea” fue un collage de rostros de Gabriela, representando la diversidad de textos de la antología, el color rojo del billete de $5000 combinado con un amarillo dorado, obvio, y la tipografía del título en Copperplate, con su aspecto bancario. La maqueta de la derecha es mas bien un poco inspirado saludo a la bandera, con la figura oscurecida y solo se salva como muestra de composición con una variante tipográfica. Los comentarios a esta primera serie dieron origen a las cinco versiones siguientes, en donde se evidencia la imagen del billete y se busca mostrar una Gabriela sonriente para romper con el estereotipo de su amargura. La tipografía del título (Minion) es más convencional.
A una semana de la primera presentación no está mal tener nueve alternativas para definir una línea definitiva a seguir. O está muy mal, porque significa que todavía no hay línea. En esta ocasión surgió un problema causado por confiar excesivamente en la comunicación por correo electrónico y la falta del necesario diálogo cara a cara, diálogo personal que sí se llevaba a cabo entre la autora y Arturo Infante. A los pocos días me llegó a vuelta de correo una propuesta diferente, de parte de la autora.

Antes de entregar a imprenta se decidió un cambio de última hora en la foto de Gabriela, que había sido distorsionada para hacerla más horizontal y que, además tenía baja resolución (para imprenta la resolución requerida es de 300 dpi, y esta tenía 72 dpi). Por último, va la portada final y la tapa tal cual se entregó a imprenta con todos sus elementos aplicados. Como la tapa de un libro no es solo la portada, va de muestra la tapa con su lomo y solapas desplegadas.
No termino de reconocerla como mi producto y sigo pensando que mis primeras propuestas eran defendibles. Se diría que es un caso típico de “intervención del cliente”, y a todos los diseñadores les ha sucedido. Como éste es un artículo autocrítico y autoflagelante, los invito a leer El muro de los lamentos, un texto del diseñador argentino Guillermo Brea en foroalfa donde pasa revista a las quejas y lamentos que “todo diseñador ha gemido (...) al menos una vez en su vida”. En fin, Oscar Wilde decía que aquello que llamamos experiencia no es mas que el conjunto de nuestros errores.