Cada trabajo es una pequeña historia. Cosa de leer a Kafka. O a Cortázar, que cuenta, creo que en La vuelta al día en ochenta mundos, de cuando trabajaba en una editorial, antes de irse de Argentina, y le llegaban multitud de piantados presentando textos inverosímiles para su publicación. Pero no siempre es para tanto. La mayoría de las veces la historia de cada portada, a pesar de que esta introducción pareciera prometer algo extraordinario, es harto mas rutinaria, sobre todo si uno se dedica a eso todos los días y durante largo tiempo. Con la Editorial de la Universidad de Santiago fueron doce años, (¿o trece?). Todo un record para un freelancer, sobreviviendo a periódicas elecciones de rector y los consiguientes cambios en el equipo, que incluían desde el director para abajo. Son los riesgos de cualquier democracia.
Fue algo así como el 2003 que Lenka Friedmann asumió la dirección del sello Editorial, sucediendo en el cargo a Samuel Navarro, y después de algunos meses (largos meses de incertidumbre para este diseñador) fui llamado nuevamente, para nuevas portadas. Una de ellas es la del libro titulado simplemente Japón, y esta es su historia gráfica.
Está de mas decir que solicité permiso de Lenka para reproducir el material que figura a continuación.
Está de mas decir que solicité permiso de Lenka para reproducir el material que figura a continuación.
Un ejercicio iconográfico (o iconológico, como diría Panofsky)
Las “ideas” no surgen de la nada, y la portada del libro Japón, que puede no tener nada de extraordinario, es un buen ejemplo de como se van gestando las diversas alternativas, las referencias visuales y el material gráfico que se utilizó para plasmarlas, los saltos temáticos y los cambios de dirección que se dieron durante el trabajo. Todo ello fundamentado en dos conceptos, mas precisamente estereotipos (en el buen sentido de la palabra), que no sorprenderían a nadie, tratándose de Japón: tradición y modernidad, alrededor de los que giraba el libro. Cada indagación gráfica, por restringido que sea su marco temático y limitada su aplicación a la simple portada de un libro de no más de quinientos ejemplares, pone en movimiento nuestro repertorio iconográfico personal, una especie de “clip-art” mental, estructurado o no, dentro de nuestra cultura y memoria visual. Es la base del trabajo en diseño gráfico. Los “efectos especiales”, como en el cine, no garantizan una buena solución.
Primera documentación
Puedo darle todas las gracias a Google, pero sin un conocimiento previo del tema, y sin un criterio de búsqueda, no hay buscador que valga. Searh engines, les dicen, y como toda máquina, hay que saber usarla, desde la máquina de afeitar, la máquina de escribir, o la “máquina de soñadas invenciones”, como llamaba Cervantes a las novelas de caballería.
Si se trata de Japón, mi primera referencia como diseñador gráfico es Tadanori Yokoo, que se destacaba con sus afiches en las revistas de gráfica (Graphis, Idea) que vi en los setentas, con su pop-art sicodélico y vernacular. Hay muchísimos diseñadores japoneses, pero él desarrolla, a fondo y con tremenda fuerza crítica, precisamente los conceptos de tradición y modernidad que propone el libro de que tratamos. Sin embargo, aparte del placer de revisar sus afiches, mi intuición me dijo que era demasiado crudo para el libro en cuestió y para la Usach en general.
Hokusai es imposible de olvidar como dibujante (tal vez de los mayores de la historia), como grabador y, dato al margen: creador del concepto de manga en una serie de quince cuadernos con cientos (miles) de dibujos sobre la vida cotidiana y que él llamó así (“mangas”, claro). Su serie (otro concepto que se adjudica la llamada modernidad y que los japoneses tenían incorporado a su cultura) sobre el monte Fujiyama (36 vistas del monte Fuji), de la que forma parte su famosísima Gran Ola, nos recuerda que la imagen que tenemos de Japón es anterior a los samurais, las postales turísticas, las máquinas fotográficas y los autos compactos. En la figura, un autorretrato de Hokusai a los ochentaitantos años, una doble página de un cuaderno de Mangas y una de sus vistas del Monte Fuji.
A Utamaro lo conocí en los sesenta, en las páginas de la revista Playboy, que publicó por entonces una serie de sus grabados eróticos de geishas ejerciendo sus habilidades. Es prácticamente contemporáneo de Hokusai, y ambos son maestros del grabado en madera, conocido por los japoneses como ukiyo-e (donde la “e” no es abreviatura de “electronic”) y que tiene una historia más centenaria aún que en Europa. Sus retratos de geishas son "dezopilantes" como decía el poeta peruano Javier Sologuren.
Y Europa llegó a Japón cuatro años después de la muerte de Hokusai (1849), bajo la forma de una flota de guerra estadounidense al mando de Matthew C. Perry, en misión comercial con la finalidad de abrir sus puertas a los mercados occidentales. Una de las consecuencias de esta incursión fue que el arte japonés comenzó a ser conocido de los artistas europeos. Manet, en su retrato de Emile Zola, de 1868, da testimonio de este fenómeno al incluir una reproducción de un grabado de Utamaro (tampoco falta el cuadro con ramas de cerezos en flor) sobre la pared, detrás de Zola. Seimour Schwast (para los legos, fundador junto a Milton Glaser, del Push Pin Studio, que marcó con su sello la gráfica de la segunda mitad de siglo veinte) es un claro admirador de Utamaro. Basta con mirar algunos de sus trabajos.
La memoria histórica reciente es insoslayable: el recuerdo del bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki está presente hasta en los dibujos animados, desde Dragon Ball, pasando por Akira, The Gohst in the Shell, hasta los Pokemon y Naruto, donde abunda una iconografía que recuerda claramente las explosiones nucleares. Del museo del sitio en Hiroshima tomé un par de imágenes que, aún sabiendo que no las usaría en este trabajo, no está demás contemplarlas de cuando en cuando.
En contraste, los paisajes con cerezos son una imagen del paraíso terrenal. Son parte del imaginario visual de japoneses y chinos, los pintores budistas, y el mismo Akira Kurosawa no deja de incluir imágenes de cerezos (y también del apocalipsis nuclear), en sus Sueños. En mi búsqueda encontré trabajos de un fotógrafo contemporáneo que sigue estrictamente las pautas de la pintura tradicional, y que están en mi primera propuesta, filtrados en photoshop y contrastados con una tipografía de bloques sólidos, sobre un color rojo sumamente japonés.
Después de cerrar el capítulo, inagotable, de la milenaria tradición visual de los japoneses, abrí otra veta y recurrí a imágenes de ciudades y edificios modernos como los de cualquier otro país del mundo, donde tan solo los letreros luminosos (en caracteres japoneses, obvio) marcan la diferencia. En la primera, todavía están los cerezos sobre el título. En otra experimenté fusionando una de las geishas de Utamaro sobre el paisaje urbano de noche y lleno de luces; el resultado es caótico y me recuerda una versión perdida, mas estructurada visualmente en que con fondo rojo y dentro de la silueta recortada de la geisha está superpuesta la cuidad. Pero las geishas no ocupaban un puesto importante en el texto del autor. Un nuevo elemento fue entregado por el éste: la palabra Japón en caracteres japoneses, y que traté de incorporar en las dos últimas propuestas.
Mientras el autor insistía en una solución con los caracteres japoneses, y las geishas con ramas de cerezos incluídas eran relegadas al casillero de las maquetas rechazadas (no expresaban claramente el concepto de modernidad), elaboré por iniciativa propia (esto es, de puro emprendedor), una última maqueta con imágenes que habían quedado archivadas en el curso de la búsqueda, y que me habían parecido interesantes: un mapa actual de la red del Metro de Tokio, que sigue la tradición gráfica del mapa del Metro de Londres de 1933, y otro, también del Tokio moderno con las líneas de tren subterráneas y de superficie, me recordaron la configuración de los microcircuitos y chips de la placa madre de cualquier computador, una rama de la industria en que los japoneses han sido especialistas. Pura modernidad. Para el elemento tradición tenía una magnífica foto de una pagoda en invierno, y en muy buena resolución. Los mapas, una vez cumplida su misión evocativa, quedaron archivados, y afiné gráficamente la idea que creí definitiva. Tomé la imagen de la placa con su red de circuitos, la contrasté, filtré y apliqué color, y la superpuse sobre la pagoda a la que había intervenido de modo similar. Su destino fue también ser archivada.
Y, por fin, la solución final: ¡la propuesta del autor! En aquel tiempo no me preocupó la razón del rechazo de la figura de la pagoda con microcircuitos. Puedo haber estado preocupado con otras diez portadas (de la Usach y de otras editoriales). Mirándola hoy, y aplicando al caso mi conocimiento de la mentalidad de editores y autores diversos, pienso que quizás encontraron que la pagoda era un icono muy marcador del Japón budista, y que no representaría plenamente al Japón actual, creo que de mayoría sintoísta. En fin. Los caracteres kanji, representando la palabra Nippon, nombre tradicional de Japón, adjudicado por los chinos, y que significa “país del sol naciente”, tienen todo el poder evocativo y estético de la caligrafía, una de las artes mayores de los japoneses. ¿Qué más se podría pedir? La tarea final consistió en afinar la proporción de los diversos elementos en la portada y, por supuesto, armar las tapas con sus textos de solapas, contraportada, aplicación de logos y lomo incluido.
Se podría pensar que se consumió demasiado tiempo buscando material gráfico en internet, pero en términos efectivos no deben haber sido más que algunas horas. La versión que mas tiempo me tomó fue la de la pagoda, y no debo haber estado mas de un día ocupado en ella. Al revisar el tiempo transcurrido entre el inicio de la documentación y la entrega a imprenta, me sorprende el mes y medio. No es excesivo tratándose de la Usach. En otro lugar mostraré un par de casos que duraron años. Cada editorial tiene su estilo de trabajo muy particular, y hay que decir que se me encargaba cada portada con buena holgura de tiempo. En el caso específico de ésta, gran parte del tiempo se fue en la revisión de mis maquetas por parte de la editorial.
Hay mucho mas que contar de otras portadas. Pero será mas adelante. Y todavía me queda pendiente la tarea de los hipervínculos a cada una de las referencias citadas (Tadanori Yokoo, Hokusai, Utamaro, Hiroshima, etc.) en éste y otros artículos ¿se llaman "posts"?
Les encuentro toda la razón al Flaco Albornoz y al Negro Venegas cuando me dicen que no tienen tiempo para sus blogs. Quizás si hay que estar un poco (solo un poco) piantado.