martes, 29 de abril de 2008

Caminatas por Babel

Rodrigo Lira cierra uno de sus poemas diciendo (escribiendo) que tiene que comprar un mapa de Santiago. Al leerlo recordé una conversación de fines de los sesenta. Me comentó que en Nadja, André Breton decía que si marcaba un punto en un mapa de París señalando los lugares en que le había sucedido algo extraordinario, y los unía con una línea, la figura resultante le diría algo significativo. No sé si Rodrigo llegó a comprar el mapa y a trazar sus rutas, porque durante los dos últimos años de su vida casi ni lo vi. Hoy no había dejado de colocar sus marcas y etiquetas en Google maps.

La idea de Breton es similar a una de Arthur Koestler, quien al inicio de sus memorias (Flecha en al azul) cuenta que, así como un horóscopo se construye según el aspecto del cielo, la situación histórica del mundo conformaría una especie de zodíaco terrenal. Con esta idea, terminada la Segunda Guerra, se fue al archivo de la Biblioteca Británica, y pidió todos los diarios del día de su nacimiento, rastreando acontecimientos como quien marca constelaciones de estrellas.
No es que me la pase conversando con poetas, pero lo cierto es que hace unos años le hablé sobre la idea de Koestler a Jorge Montealegre, que se interesó porque daba un curso de Ética aplicada a las comunicaciones o a la publicidad, creo que en el Arcos, y uno de los ejercicios que pedía a sus alumnos era que escribieran una autobiografía. Tampoco sé si habrá llevado a la práctica la idea.

Desde hace un tiempo que tengo el proyecto de dar clases, y redacté algunas propuestas que no tuvieron mucha suerte, entre otras cosas por mi falta de curriculum académico, pero que me sirvieron para estructurar, por primera vez, mi experiencia profesional, estableciendo conexiones con mis lecturas y archivos. De allí nace este blog. También retomé seriamente la idea del mapa Lira-Breton, porque así como Jorge pedía a sus alumnos una biografía escrita, un hipotético curso de dibujo podría incluir una serie de ejercicios de “biografía gráfica”, que desarrollaran la capacidad de plasmar un registro visual de la ciudad en que viven (o del lugar en que nacieron), a diversos niveles de abstracción, por medio de una serie de dibujos. Viene al caso decir que soy un gran caminante, de modo que decidí adaptar el proyecto a un mapa que registrara estrictamente las calles por las que he caminado a pié, reitero, porque es distinta la experiencia al atravesar una ciudad en auto, micro o bicicleta, y Roberto Merino (autor de Santiago de Memoria, publicado por Planeta, y Horas perdidas en las calles de Santiago, de Sudamericana, ambos con portadas de un servidor, y en los que no deja de mencionar a Rodrigo Lira) me encontraría razón.

Trabajé con un mapa de los setenta, que encontré entre mis carpetas, fijando encima un pliego de papel trasparente, y trazando una línea sobre mis pasos recorridos por cada calle o avenida, en un minucioso ejercicio de memoria. Hay una dimensión ética ¿qué actividad no la tiene? porque podría haber falseado la información con fines inconfesables, y nuestra memoria, es algo sabido, se distorsiona fácilmente. Erwin Goffman, en su libro La presentación de la persona en la vida cotidiana, plantea que nuestra personalidad y nuestra máscara son indiferenciables. Está el factor de los recursos: debería haber trabajado con un mapa actual y no me había faltado el extremo sur. La gráfica misma es algo fundamental: ¿qué grosores de línea usar? ¿lápiz grafito, tinta, pincel, programa digital? ¿qué colores para marcar las casas en que viví, los lugares de trabajo, los sitios cargados de emociones? Para destacar mas claramente la estructura de la ciudad, las avenidas principales las marqué mas gruesas. La lista no se agota. Lo importante es, desde el punto de vista del diseño gráfico, que la aplicación de cualquiera de estos recursos (línea, color, escala, etc.) dirige la significación (la lectura) en uno u otro sentido.

No perdí de vista los propósitos esotéricos de Rodrigo ni de André Breton. Cada ciudad tiene una figura que es propia de su carácter. Alguien, sospecho que un francés, dijo que País tiene forma de cerebro, el cerebro de Europa. Yo he creído ver en algún mapa de Santiago que nuestra capital tiene forma de hoja de parra, imagen coherente con nuestro cartuchismo nacional. En el contorno del tejido de calles de mi mapa, he visto una tortuga, un armadillo mirando hacia el oriente, un pájaro que vuela hacia el mar. Cada mapa, trazado según este ejercicio, tendrá su propia figura. Se puede dirigir la ejecución para que la gráfica de la ciudad semeje un zodíaco, un laberinto, un mandala, una galaxia de sueños y de símbolos. Llevando la idea original al campo de los test sicológicos, y de pasada visitando los dominios de la simetría, el mapa puede ser girado hacia la izquierda (en espejo) sobre un eje vertical, generando una forma de mariposa que podría figurar en el Test de Rorschach.


La comparación es obvia, porque está construida de modo que se parezcan, ya que seleccioné, de entre todas las láminas del Rorschach, aquella más similar a mi mapa, que a su vez, se le aplicó simetría con el fin de sugerir una lámina del test. Del mismo modo, podríamos lograr que nuestro mapa fuera el mandala, el laberinto o el zodíaco, ya mencionados.

En Identity kits: a pictorial survey of visual signals de los diseñadores Germano Facetti y Allan Fletcher comentan sobre las láminas del Rorschach: “Diferentes personas identificarán diferentes imágenes de acuerdo a su estado mental. Del mismo modo que los visionarios verán la Virgen María, al común de los mortales se les conjurarán rostros en el fuego, oasis en un espejismo, o posiblemente ectoplasmaticos fantasmas.” No está demás decir que dichas láminas también están cuidadosamente configuradas con un alto grado de ambigüedad, pero tengamos cuidado, porque si no vemos lo que “el común de los mortales”, corremos el riesgo de que nos estigmatice el psicólogo de turno (Ya siento que vienen por mí...).

jueves, 24 de abril de 2008

Ingres nunca estuvo en Babel

Jean Auguste Dominique Ingres, nunca salió de París, Roma y Florencia, excepto para nacer en Montauban (1780), y estudiar en Toulouse. Pero su Odalisca sí estuvo en Bagdad, al menos como figura en la portada del libro El correo de Bagdad de José Miguel Varas. En esos años (1994) Carlos Orellana, que pertenecía (y sigue perteneciendo) a la especie (en extinción) de editores que revisaba minuciosamente los textos a publicar, lápiz rojo en mano, delegando la revisión ortográfica y gramatical a una serie de correctores de pruebas, cuya labor también repasaba, me encargó el diseño de la portada. El libro sería publicado en la colección Biblioteca del Sur, creada en Chile en 1987 (en la página web de la Cámara del Libro dedicada a la Editorial Planeta dice 1989, pero mis registros dicen otra cosa) por Ricardo Sabanes, hoy en Planeta Argentina, y dirigida por Mariano Aguirre. De cualquier modo, era un libro que debía ajustarse a una pauta de diseño que marcaba una identidad editorial (branding, como le dicen ahora): Se enviaba a componer todo lo que era texto (autor, título, editorial, textos del lomo, contratapa y solapas) escrito a maquina (de escribir, claro, de esas que ya no se usan), y con todos las instrucciones de composición tipográfica (fuente, tamaño en puntos, ancho de composición en picas, etc.) a un taller de fotocomposición que entregaba una tira de papel fotográfico con los textos. Estos eran recortados y pegados en su lugar en un original para imprenta. El problema a resolver era la figura de portada. A pesar de que Carlos me instaba periódicamente a que me pusiera al día con la tecnología, aun no tenía computador (tardé dos largos años en comprarme un Mac y otro largo año en aprender a utilizarlo), y trabajaba con los medios tradicionales. La solución conversada consistía en un collage compuesto con diversos elementos que formaban parte del argumento de la novela: la famosa Odalisca de Ingres, una cabeza de carnero medio descompuesta que jugaba un rol dramático en la trama, y una pared de ladrillos que, en rigor, deberían haber sido adobes mesopotámicos. La Odalisca la proporcionó José Miguel Varas en un magnífico libro de gran formato, tipo coffee-table book, reproducida al doble del tamaño necesario para ser, nuevamente, reproducida en la portada. Ideal. El Museo Imaginario de Malraux en acción. Como se trataba de recortar y pegar manualmente (tanto fotografiar la portada como contratar los servicios de escaneo y photoshopeado no estaban en mi presupuesto) recurrí a la fotocopia láser a color que tenía un aceptable nivel de calidad, que mejoraba notablemente al ser reducida en fotomecánica El resultado está a la vista.

Para delectación del público reproduzco una reproducción (sic, ya sé que suena mal, pero la operación es parte del mundo de la gráfica) de La Gran Odalisca, terminada en 1814, justo a tiempo, porque ese fue el año en que Napoleón abdicó, y había sido encargada a Ingres precisamente por la hermana de este, la princesa Caroline Murat de Nápoles. También puede ser vista en el Museo del Louvre, en París, claro. Su primera exposición en público fue en el Salón de 1819. La crítica académica la trató mal por sus “incorrecciones” anatómicas, distorsiones típicas de Ingres que recogieron Cézanne y Picasso. Tenía “demasiadas vértebras” dijo M. de Keratry, representando la opinión oficial, y no dejaba de tener razón. Abundan hoy en internet numerosos artículos médicos que analizan la Odalisca desde el punto de vista anatómico. No voy a citar; basta buscar “ingres odalisque” en Google y, tan solo en la primera página de la búsqueda hay por lo menos dos, aparte del artículo de la Wikipedia, que cita al menos uno en sus referencias. Ingres nunca se llevó bien con la Academia, que se encontraba anquilosada en la rigidez de un sistema normativo próximo al descalabro. A los interesados en el tema de la Academia Real de Pintura y Escultura, pueden ir al sitio del Musée d’Orsay que tiene abundante material sobre el tema, en pdf, ...y en ¡español!